viernes, 18 de febrero de 2011

La perrina y el perrón, ¡A la maja del trigo!

En mi pueblo de Fasgar se trabajaba igual que en todos los pueblos, pero con mucha alegría.

Me acuerdo de las majas. Cuando se majaba el pan de centeno y trigo, ¡qué alegría!, se juntaban todas las familias y un día se majaba para unos y otro día para otros, hasta que se terminaba. Primero, en la era se tendían los manojos abiertos, para que el sol los calentara y saliera mejor el grano. Luego se majaban con los piertigos. Dos parejas de mujeres iban majando delante, se llamaba “la perrina”, y luego detrás iban otras dos parejas de hombres, que eran “el perrón”. Se pasaba una vez, se le daba la vuelta y luego se pasaba otra. Se escogía la paja mejor para los techos de los pajares, que ahora ya no queda ninguno. Y la otra era para el ganado. El grano lo echábamos al aire, para que quedara limpio para llevarlo al molino y tener harina para amasar.

Pero a mí, ¡mucho me prestaban las majas en el mes de agosto! A las diez de la mañana, la casa que tenía la maja llevaba a la era la bota del vino, unas ensaladas de lechuga, pan, manteca y queso. ¡Aquello sabía a gloria!, porque, ¡como no había mucho más! Los pequeños cantábamos, trabajábamos, lo que dijeran los mayores, porque a mí siempre me parecieron cosas muy importantes. Se lo cuento hoy a mis nietos. A veces me escuchan y  otras veces me dicen que de aquella “eran otros tiempos”.

Ahora les gusta todo lo moderno, la innovación, las consolas, los teléfonos móviles, el coche eléctrico. También a mí. Pero, ¿no creen que también se les debería explicar todo esto? Sin pensar que se estaba volviendo hacia atrás, porque sabiendo hacer de todo, si se necesitara, no les costaría tanto trabajo.