viernes, 23 de diciembre de 2011

Navidad en La Fontanica


La Fontanica es una fuente que nace en mi barrio. Muy buena, muy fría, bajo una peña que está bastante empinada. Es nuestro barrio. Allí vivieron nuestros abuelos, nuestros padres, nosotros sus hijos y nuestros nietos. En ese barrio vivía Regina, su marido, El Herrero, y sus cuatro hijos. Amparo, Diotino y su hija. Rosario y Onesto, el Panadero, y sus tres hijos. Leonarda y Froilán y sus hijos. Hortensia de Posada. Gerardo y Almudena y sus tres hijos. Teófilo y Delfina y sus cuatro hijos. Mi abuelo Manuel y mi abuela Melchora y sus hijos. También vivían en La Fontanica Consuelo y Manolo, su marido, que era de Salentinos.

¡Menudos calechos e hilandéros hacíamos! ¡Aquello si que prestaba!, al calor del yar, hilando la lana, para hacer las chaquetas y los calcetines, y contando chistes, cantando...

Todo el barrio estaba unido, hacían galletas, cenas, se juntaban todos y se lo pasaban muy bien. En Navidad, en Carnaval... todo era alegría. ¡Como éramos pobres, un caramelo nos parecía un premio!

Mi pueblo, Fasgar, es un pueblo muy bonito. El Osedo, El Solano, La Calle del Medio, La Cimada, El Piornalín y La Fontanica. Bueno, ahora tienen sus nombres, por el Ayuntamiento. Por ejemplo, La Fontanica es Avenida del Patrón Santiago. A mí me gusta más La Fontanica.

Tengo muchos recuerdos. Me acuerdo de todos los vecinos. De quién más me acuerdo es de la tía Leonarda, que tenía una falda que no cogía ni otro remiendo...¡como las sábanas de mi madre!

miércoles, 4 de mayo de 2011

De Fasgar a Asturias, la fabada y les llámpares

Tengo muchas historias de mi Fontanica, pero ahora voy a compartir recuerdos de Oviedo, que también tengo muchos. Porque desde que nos casamos vivo en Oviedo. Hace ahora cuatro años mi marido se me fue al cielo y vivo con mis tres hijos y mis tres nietos.
Oviedo es muy bonito, con sus campos y su Plaza de El Fontán, sus puestos. Yo voy todos los jueves y compro para hacer la fabada que está tan buena: ¡Con fabes y sidrina, por el mundo se camina!...¡Y con los pulpos y les llámpares del pedrero de Arguero!, que a mi marido le gustaba mucho pescar.
En Arguero se encontraba con Josefa que era una llamparera nata, las cogía a puñaos, no las dejaba crecer. Pero ahora ella ya no baja a la playa de Merón porque tiene las piernas muy mal. Pero está mi amiga Mari Sol, que también les da caña, sobre todo a las barbadas. Y mi hijo, mis yernos y mis primos Luis y Leo. ¡Cuantas juergas nos corríamos con las llamparadas, los oricios y la sidra que seguimos haciendo en esa chavolina de Arguero!
Es un pueblo moderno, aquí tenéis el sitio en facebook: http://www.facebook.com/group.php?gid=240843129771

viernes, 18 de febrero de 2011

La perrina y el perrón, ¡A la maja del trigo!

En mi pueblo de Fasgar se trabajaba igual que en todos los pueblos, pero con mucha alegría.

Me acuerdo de las majas. Cuando se majaba el pan de centeno y trigo, ¡qué alegría!, se juntaban todas las familias y un día se majaba para unos y otro día para otros, hasta que se terminaba. Primero, en la era se tendían los manojos abiertos, para que el sol los calentara y saliera mejor el grano. Luego se majaban con los piertigos. Dos parejas de mujeres iban majando delante, se llamaba “la perrina”, y luego detrás iban otras dos parejas de hombres, que eran “el perrón”. Se pasaba una vez, se le daba la vuelta y luego se pasaba otra. Se escogía la paja mejor para los techos de los pajares, que ahora ya no queda ninguno. Y la otra era para el ganado. El grano lo echábamos al aire, para que quedara limpio para llevarlo al molino y tener harina para amasar.

Pero a mí, ¡mucho me prestaban las majas en el mes de agosto! A las diez de la mañana, la casa que tenía la maja llevaba a la era la bota del vino, unas ensaladas de lechuga, pan, manteca y queso. ¡Aquello sabía a gloria!, porque, ¡como no había mucho más! Los pequeños cantábamos, trabajábamos, lo que dijeran los mayores, porque a mí siempre me parecieron cosas muy importantes. Se lo cuento hoy a mis nietos. A veces me escuchan y  otras veces me dicen que de aquella “eran otros tiempos”.

Ahora les gusta todo lo moderno, la innovación, las consolas, los teléfonos móviles, el coche eléctrico. También a mí. Pero, ¿no creen que también se les debería explicar todo esto? Sin pensar que se estaba volviendo hacia atrás, porque sabiendo hacer de todo, si se necesitara, no les costaría tanto trabajo.

domingo, 9 de enero de 2011

A todos los montañeros

Alpina libertad que riza el viento,
espasmos de emoción serena y pura,
de hirviente roquedal la espuma oscura,
del hosco farallón el bronco acento.

Cabeza y corazón a paso lento,
allá van a vivir la paz segura,
la más alta versión de la cultura,
y el más limpio fluir del pensamiento.

Cada cumbre que alcanzas, montañero,
¿no es un nuevo favor transfigurado,
sobre el mundo pagano del dinero?

Si  hacia el cielo caminas, ¿no has pensado,
que en la cima de un monte es un punto cero,
donde Dios con su aplauso te ha esperado?

Como cuando fuistéis al Aconcagua,
Javier y Armando.

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jueves, 6 de enero de 2011

La vecera de las vacas mañías

A los siete años ya había una ley en el pueblo de Fasgar: se podía ir a guardar las veceras del ganado como pastores pequeños, o sea, con una persona mayor. Por ejemplo, yo podía ir con mi padre y otro niño con el suyo. Porque si se mataba una res o se caía o la mataba el lobo y no iban los pastores con la edad reglamentaria, había que pagar.

Una vez estábamos nosotros, Secundino y Elva. Y el día antes había estado Nicanor. Y el lobo mató un jato en la Reguera del Barro. Era de Adamina. Nos querían echar la culpa. Pero la matanza fue en el día en el que estaban los otros. Y como ese día los pastores estábamos reglamentarios perdieron el juicio. ¡Qué tiempos aquellos! Aunque era muy pequeña, me gustaba mucho ir con las vacas mañías. Iba de pastora pequeña para siete casas. Pasaba a lo mejor seis días sin ir a casa. Estábamos en una cabaña. Dormíamos en el suelo, encima de unas escobas. Nos picaban las pulgas, las chinches. Pero no importaba. ¡Qué bien se estaba allí!

De todo me acuerdo. Cuando se alumbraba con el aguzo de la urz, para hacer las sopas de ajo y de unto. Se hacía caldo de fréjoles verdes, de fasgas porque allí hay fasgas, unas hojas que sabían muy bien. El agua es muy buena y muy fría. Siempre está fría en pleno verano. Es un valle precioso. Se llama Campo de Santiago de Martín Moro. Hay una capilla muy bonita, en honor a Santiago. Es la fiesta el 25 de julio.  Y también está la virgen del Pilar. Allí subíamos a misa cada 12 de octubre.

A los pies de la ermita nacen dos fuentes cristalinas que se unen a los ríos que nacen por encima de Mazariel. Cada vez que yo los miro, porque los tengo en mi retina, me parecen el Pilar de Zaragoza. Y hay una pradera de la que en sus tiempos se bajaban al pueblo 300 o 400 carros de hierba, porque todos los 60 vecinos del pueblo teníamos prados allí. Se regaba toda, porque hay mucha agua. Ahí nace el río Boeza.



A mí me encantaría que el pueblo de Fasgar, mi pueblo, lo hubieran edificado en Campo, sería una maravilla. Aunque donde está también tiene su encanto. El río que pasa por el medio del pueblo, los puentes, la plaza, la Fuente El Bolo, que la dibujó mi marido Manolo, que en paz esté. Se llama así porque se juega a los bolos todo el verano en la plaza donde está. ¡Menudas partidas todas las tardes! Porque hay muy buenos jugadores, por ejemplo: Eduardo, Enrique, Jerónimo, Julio, Marcos, Senén y muchos, muchos otros. Tendría que estar un año entero explicando las generaciones. Y también me acuerdo de mi marido, que levantaba la pierna derecha cuando tiraba la bola.

El tiempo ha pasado y ahora en Campo sólo las vacas y los jabalíes pastan a sus anchas. Y en la Plaza mis nietos y los chicos del pueblo siguen jugando cada verano a los bolos.